Entras en aquel café sin saber porqué, lo odias, pero algún extraño motivo hace que aquel día te apetezca una taza. Era un sitio pequeño, pocas personas y poco ruido. Una mesa al azar, el camarero que se acerca y tú que respondes con una sonrisa. A los dos minutos, sin que apenas te haya dado tiempo a sacar el móvil para mirar la hora, ya está el café sobre la mesa. Un café claro, no muy caliente, justo como tú lo has pedido. Vacías tres sobres de azúcar en la taza, dulce, muy dulce. Uno de los sobrecitos sale volando, la puerta se ha abierto, y el viento de fuera lo ha empujado hasta el suelo. No prestas atención a quién entra, te limitas a seguir pérdida en tus pensamientos, recordando a alguien que jamás probará aquel café contigo, ni escuchará la canción que ahora suena en tu cabeza. Una extraña sensación te invade, alguien te está observando... Levantas la vista, ves a la única persona que se haya frente a tí, al hacerlo, deja de fijar sus ojos en ti. El corazón se acelera, se te corta la respiración, aquel café se vuelve amargo de un momento a otro, la boca se seca. Tú no haces nada, sigues sentada en aquella mesa, esperando. La otra persona vuelve a fijar sus ojos verdes de ciencia ficción en tí, te sonríe, y lo sabes, sabes que de acercarse y decirte que te fugues lejos de allí, lo harías.
El café se enfría, el tiempo de tu móvil avanza y ni tú ni la otra persona hacen nada para cambiar el destino. Piensas en acercarte, en preguntarle como está, en decir cuánto has echado de menos sus besos, su cuerpo, su voz susurrandote en el oído... Te puede el miedo, ese consejo que tantas veces has dado de que tener miedo no es malo, pero dejar que te domine sí. Esa frase se pierde en tu cerebro, porque ahora mismo deseas salir huyendo, claramente no lo vas a hacer, te gusta esa sensación, te hace sentirte viva. Y se va, así sin más, como un día salió de tu vida se vuelve a ir por esa puerta. Deja su perfume, no puedes evitar cerrar los ojos e inhalar aquel olor que tantos recuerdos te trae. Vuelven imágenes que tienes grabadas en tu mente... Pagas la cuenta y sales de aquel café. Nos volveremos a encontrar, es el destino... ¿no? Sabes de sobra que no te basta con eso, que no te gusta dejar las cosas al azar... Y sales convencida de que vas a luchar, aunque, no te engañes, te podrá el miedo una vez más.
La vida es un puzzle. Formamos diferentes de ellos, unos más grandes, otros más pequeños. Nos complicamos intentando encajar una pieza, no nos cansamos a la primera de cambio, lo seguimos intentando, una y otra vez. Pero tienes que cambiar de trozo, buscas ayuda, le das la vuelta pero sigue sin encajar. El problema está en cuando nos quedamos sin tiempo, cuando le dedicamos tiempo innecesario a él. En ese justo momento no te das cuenta, pero existen otros puzzles, más fáciles de armar, sin complicaciones de piezas. Sin tener que estar horas y horas probando la misma ficha, sólo tienes que encajar, y acabar. Ver, que hay más puzzles por hacer, mucho más impresionantes y que no sean complicados.
¿Por qué no hacemos lo que hacíamos cuando pequeños? Si un puzzle se complicaba, optabamos por revolver las piezas, meterlas en la caja y empezar otro. ¿Por qué nos empeñamos en complicarlo todo? Las cosas son sencillas, si una pieza de tu puzzle no encaja, hay millones de puzzles esperando para ser realizados. Sin embargo, seguiremos empeñados en empujar con el dedo a que la pieza encaje, y a que nuestro puzzle favorito, termine hecho sobre la mesa.